domingo, 9 de junio de 2013

Seguridad Afectiva

Un niño o una niña no puede disfrutar plenamente de la vida si no se siente en confianza, en seguridad afectiva, si no se le escucha y reconoce en tanto que individuo.

Cada uno tiene sus necesidades afectivas propias, su personalidad, su pasado, su ritmo de vida. Las intervenciones del adulto deben dar a cada niño o niña la sensación de una presencia generadora de confianza y seguridad. Cuanto más pequeños son los niños o niñas, en mayor grado consideran al padre o madre como el recurso supremo en caso de una dificultad grave de un conflicto importante. La intervención inmediata, satisface plenamente. El �espera, ya voy� sin consecuencias deja al niño o niña desorientado. La promesa no cumplida perjudica la credibilidad.

Hemos de crear un clima afectivo y de seguridad para el niño, que solamente podremos conseguir cuando él perciba que es especialmente querido, y que puede comportarse, dentro de los patrones establecidos, en libertad. Es necesario que él sienta la seguridad afectiva, junto a una seguridad material y física, que le permita la acción y la expresión sin miedos.

La Familia

En la era de la comunicación los cambios de costumbres, normas y relaciones sociales se suceden con rapidez. En una sociedad de abundancia y consumo (siempre comparada con épocas anteriores) se observa un deterioro en valores éticos y morales. En su mayoría, los padres sienten incertidumbre con respecto a la sociedad del futuro y desorientación en el presente.

Los padres no pueden educar a sus hijos e hijas del mismo modo que fueron educados porque la sociedad ya no transmite sus normas de una generación a otra, los cambios son demasiado rápidos y las normas se van estableciendo a medida que se suscitan nuevas situaciones.

Ante la falta de claridad en la forma de educar a los niños y niñas, cada uno de los progenitores tiende a restablecer la dinámica de su familia original en la nueva que ha formado, repitiendo muchos de los errores educativos sufridos y que siempre juró no cometer, o bien haciendo todo lo contrario como forma de rebelarse. Al margen de los errores mencionados, la situación lleva a la disparidad de criterios entre los cónyuges, se crean ambientes cargados de permisividad, sobreprotección, autoritarismos desmesurados, etc.

Si bien ser padre o madre no implica ser Pedagogo, si implica ser el primer y fundamental educador de los hijos. Como casi siempre, y más en estas primeras edades, bastará con poner mucho sentido común, amor y paciencia. Bastará con seguir unos pequeños consejos, con reflexionar sobre:

  • El respeto a la individualidad y a la dignidad del niño o la niña, que no es una propiedad o capricho de los padres. Estos deben asumir su responsabilidad de ayudar y dirigir al niño o la niña hacia su madurez ofreciendo, gradualmente, mayor libertad y autonomía que le ayuden a sentirse útil, responsable de sus actos y asumir las consecuencias que se derivan de ellos

  • El amor entre el padre y la madre, y el amor de ambos hacia el niño o la niña facilita el crear un clima de aceptación, respeto, seguridad, confianza y afecto. En este clima no caben los juicios de valor hacia las personas, tampoco las comparaciones, las luchas de poder, no las expectativas desajustadas.

  • Vivir implica superar pequeñas frustraciones y dificultades diariamente. Los padres protectores en exceso evitan que el niño o la niña se esfuerce o que se enfrente a problemas, toman la iniciativa por él y le facilitan todo. En estos casos, los niños o niñas se sentirán ineptos, inferiores, inseguros y dependientes de sus padres.
  • Los hogares permisivos, donde los niños y niñas hacen lo que les placen les convierte en desordenados, inseguros, incapaces de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir un objetivo, no adquieren una conciencia que dirija su conducta y no tienen capacidad de interiorizar normas morales. Estos hogares suelen ser fruto de los padres egoístas que tienen desinterés por la educación de sus hijos o hijas.

  • El entorno familiar, como contexto social, debe establecer una serie de normas, pero esto no justifica los hogares excesivamente normados e inflexibles.

  • Ejerce la autoridad con diálogo y tolerancia. No se trata de mandar como ejercicio de poder, de discutir, de imponerse por la fuerza, sino de buscar la razón y la coherencia que ayudan a formar conductas responsables.

  • Nunca debe olvidarse que los padres son el modelo a imitar por los niños y niñas, el espejo en el que se miran. Los pequeños hacen lo que ven hacer, no lo que se les dice que hagan.

Siempre está bien recordar las siguientes palabras de Theodore Isaac Rubin sobre "El hogar cooperativo o motivador":

"Ningún hogar es del todo cooperativo y pocos hay que sean totalmente destructivos. Pero el hogar donde hay cooperación está principalmente vinculado al verdadero bienestar de todos sus miembros y particularmente de aquellos que aún no son autosuficientes".

Respecto a esto, el ambiente del hogar cooperativo que debemos formar, es seguro, protegido e interesante. Esto significa que las personas pueden ser ellas mismas, pueden expresar sus sentimientos, intercambiarlos, pueden cometer errores, explorar y crecer para adquirir una personalidad propia sin miedo a mofas, ataques o represalias.

El hogar cooperativo es un lugar lleno de sustento: cuidados físicos, cariño, sustento emocional a través del intercambio de ideas y sustento creativo a través de la participación enriquecedora de la familia.

Existe en este ambiente una gran aceptación mutua, que en gran parte es incondicional. Hay muy poca o nula preocupación por lograr igualdad en los intercambios o partes equitativas. Los miembros de este tipo de hogar creen que lo que obtienen está en relación con sus necesidades. Hay muy poca rivalidad entre hermanos, favoritismo, suspicacia y paranoia.

En estos hogares, sus distintos componentes suelen contribuir con sus aptitudes, destrezas y conocimientos particulares. En los hogares malsanos, el que dicta las normas acostumbra a ser aquel que grita más, independientemente de su capacidad. En los hogares cooperativos las personas contribuyen espontáneamente con sus conocimientos de forma apropiada, con alegría en vez de ser explotados por los demás. La ayuda se recibe con gozo y nadie se siente rebajado por ella.

En este ambiente, rara vez se produce la arrogancia. La humildad combinada con sentimientos de verdadera identidad, suele ser evidente.

Los miembros de un hogar cooperativo tienen una sólida identificación familiar, de la cual obtienen fortaleza. Tienden a sobrepasar los límites de la familia nuclear en sus sentimientos y también suelen transcender diferencias generacionales y hacia la prolongación familiar refuerza aún más el sentimiento de pertenencia a un grupo y proporciona solidez.

Los miembros de un hogar cooperativo demuestran sentimientos firmes, valores, prioridades y conciencia social. Son flexibles. Se escuchan unos a otros. No se dedican a comparar o a competir. Se dan a sí mismos y se quieren sin condiciones.

Modelo a imitar

La familia, además de ser la transmisora de la herencia genética, representa el primer contexto social donde el niño o la niña se desenvuelve. Es, por tanto, el pilar básico de la educación y la socialización porque la personalidad infantil se forma en la relación con los demás y de la calidad de estas primeras experiencias va a depender la madurez y el equilibrio emocional de los pequeños.
La familia está constituida principalmente por padre, madre e hijos que forman una comunidad basada en un hogar común y las interrelaciones de sus miembros. Dentro de la comunidad familiar, los principales educadores son los padres, se encargan del bienestar y la salud física, de establecer las normas de convivencia y moldean la conducta de los hijos e hijas a través de su experiencia y actuaciones. Principalmente, la familia es un ámbito donde la persona se siente atendida, acogida, aceptada, protegida y amada.
Todas las familias de una misma cultura comparten criterios sobre las costumbres, las normas de comportamiento y los valores. Enseñan al niño o la niña a comportarse según se espera en la cultura en que vive acompañándole y dirigiéndole desde la total dependencia hacia la autonomía y madurez.
El niño aprende a comportarse según las pautas de conducta que observa en otras personas que toma como modelo. Elige a esas personas porque despiertan su interés o las valora de forma positiva. El padre y la madre deben tener presente en todo momento que el niño o la niña hace lo que ve hacer, no lo que le dicen que haga. Principalmente, son sus modelos a imitar. Por ello, la unidad de criterios es de vital importancia.
No está en nuestras manos modificar los planteamientos de la sociedad, de los medios de comunicación, pero si es factible que en agentes más decisivo, el ámbito familiar, los criterios sean comunes en sus principios básicos.
El padre y la madre han de estar de acuerdo en las pautas a seguir, acordar sus actuaciones ante los comportamientos a crear o eliminar, y mantenerlas con firmeza, no con inflexibilidad. No deben aclarar las dudas o las opiniones contradictorias delante de los hijos o hijas, ni comentar sobre ello cuando están presentes.
Los pequeños imitan comportamientos en los que observan resultados eficaces, sin discernir si están bien o mal. Los héroes de las series televisivas suelen triunfar gracias a comportamientos agresivos, engañosos y faltos de escrúpulos morales y en el ambiente de la calle siempre parece salir triunfador el que más violencia verbal o física ejerce.
Nunca es demasiado pronto para inculcar en los niños y niñas unos sólidos valores humanos, nuestra mirada atenta puede prevenir el que tomen modelos inadecuados para imitar su comportamiento.

Comportamiento Positivo

Al igual que en la disminución y eliminación de comportamientos desadaptados, el mejor método para crear o perfeccionar conductas adaptadas consiste en que el niño o la niña experimente las consecuencias positivas que siguen al comportamiento. El primer paso a seguir será averiguar que cosas resultan gratificantes para el niño o la niña y, en función de sus intereses variables, cambiar el tipo de gratificaciones. Así nos encontramos que reforzaremos y estimularemos el buen comportamiento de los niños y niñas:

  • Las alabanzas, el reconocimiento de los logros propios, la consideración de los demás, son los refuerzos que más gratifican al niño.
  • Si inmediatamente después de un comportamiento positivo, un logro o cooperación, prestamos especial atención al niño o la niña con afecto cálido, valoración y aprobación, asociará el placer de la alabanza con la tarea o conducta realizada y las posibilidades de que se repita son muy elevadas.
  • Cuando el pequeño o pequeña se esfuerza por realizar algo que consideramos positivo, debemos estimular y valorar su esfuerzo mientras lo intenta, sin esperar a que termine, de otro modo podría desanimarse y frustrarse.
  • Hay que reforzar los pequeños logros, son la base de las realizaciones más importantes en el futuro.

Ahora bien, hemos de considerar:

  • Cuidado con reforzar todo y en todo momento, se le puede estimular o reforzar por hacer poco o nada. Debe existir cooperación, esfuerzo por un logro o intento de comportarse adecuadamente para recibir una gratificación.
  • La base de toda evolución positiva consiste en aceptar al niño o la niña y no confundir su comportamiento con su valor personal. Si no nos basamos en este principio, el pequeño o pequeña podría sentir que sólo es digno cuando logra buenos resultados.
  • Los refuerzos recibidos con asiduidad hacen que el niño o la niña se sienta apreciado, que gane confianza en sí mismo y aumente su autoestima y su ilusión por alcanzar nuevos logros.
  • Cuando una conducta positiva no es reforzada, se debilita y desaparece. Aunque el niño o la niña muestre esa conducta con frecuencia, hay que seguir reforzándola de vez en cuando.



El comportamiento hacia el niño


La mayor parte de los comportamientos infantiles son aprendidos y se repiten según el efecto que producen en el medio que rodea al niño o la niña. La conducta es el resultado de la interrelación del individuo y su ambiente.

El aprendizaje de la conducta se realiza principalmente por:

  • Experiencias anteriores. El niño o la niña reacciona en respuesta a estímulos que guardan semejanza con otros estímulos aprendidos con anterioridad y que le reportaron beneficio o perjuicio.
  • Por refuerzo operante. Los comportamientos han recibido refuerzos que pueden ser positivos como un premio, o negativos como un castigo, inmediatamente después de haberse realizado.
  • Por aprendizaje social, por observación o por imitación.

Cada grupo social elabora unas normas y pautas de conducta. Hablamos de problemas de comportamiento cuando, por defecto o exceso, éste no se adapta a las pautas de conducta preestablecidas. Luego los criterios de normalidad son relativos, y la anormalidad implica una desviación en frecuencia, intensidad y modo de realización del promedio.

El niño o la niña no hereda comportamientos desadaptados, son consecuencia de procesos de aprendizaje. El ambiente familiar, el escolar o social los ha fortalecido.

Si los comportamientos son adquiridos, pueden ser modificados, además de poder prevenir los que aún no existen.

Para poder cambiar un comportamiento desadaptado, debe modificarse también el de las personas que rodean al niño, ya que le han ofrecido reforzadores como la atención concentrada ante dicho comportamiento.

Al hablar de problemas de comportamiento hay que distinguir entre aquellos que el niño o la niña desarrolla de forma inadecuada y frecuentemente (por lo tanto nos centraremos en que disminuyan y desaparezcan) y los comportamientos que el niño o la niña debería de realizar en función de su edad y no lo hace, o bien lo hace de forma incorrecta (en este caso debemos crearlos o perfeccionarlos).

El niño o la niña realiza el aprendizaje por medio de ensayos y errores o aciertos. Repite un comportamiento porque tras realizarlo ha obtenido una ventaja, una gratificación o un beneficio.

Conviene averiguar que reforzadores está obteniendo cada niño o niña ante sus comportamientos desadaptados con el fin de suprimirlos.

El castigo se utiliza para que el niño o la niña experimente unas consecuencias desagradables por su conducta. Puede ser de cuatro tipos:

  • Agresión física (azotes, bofetadas, etc.)
  • Agresión verbal (críticas, insultos, juicios de valor, etc.)
  • Prohibición de algo agradable (no ver televisión, no salir al parque, etc.)
  • Retirada de un privilegio (acostarse más pronto, eliminar la propina, etc.)

Otro tipo de castigo muy frecuente en la sociedad actual es, el chantaje emocional o castigo psicológico, que se utiliza cuando, tras el comportamiento, los adultos mantienen interminables silencios, malas caras, exageradas entonaciones de voz y estimulan los sentimientos de culpa durante un tiempo interminable.

En ningún caso el sistema de castigos debe aplicarse. Está demostrado que el efecto del castigo es temporal y en el momento en que se modifican las circunstancias en que se aplicó, la conducta vuelve a repetirse.

Puede ocurrir que lo que el adulto considera desagradable para el niño o la niña en realidad no lo sea para él y en vez de considerarlo un castigo se convierta en un reforzador, aumentando el comportamiento desadaptado en intensidad y frecuencia.

El castigo suele ir acompañado de otros efectos emocionales como la ansiedad, el miedo, etc. Cuando el niño o la niña lo recibe escucha además juicios sobre su valor personal: "eres un desordenado", "eres malo", "eres desobediente", etc. Lo cuál lesiona gravemente su autoestima, las habilidades que el niño o la niña esté realizando en ese momento pueden quedar perturbadas por la ansiedad que siente y las consecuencias erróneas se pueden prolongar en el tiempo e interferir la adquisición de nuevos aprendizajes.

Si el niño o la niña comete un error en su actividad y se le castiga, aumentará su ansiedad y es posible que cometa nuevos errores.

Cuando el niño o la niña experimenta miedo o ansiedad, intenta librarse de este estado emocional evitando enfrentarse con la situación que lo provoca.

Por ello y otras muchas argumentaciones que serían largas de explicar, no se considera el castigo como un método eficaz de eliminar comportamientos desadaptados. Además la violencia física o verbal que acompaña al castigo puede convertirse en modelo a imitar por el niño o la niña, desarrollando nuevos comportamientos desadaptados como la agresividad.

Para suplir o evitar el castigo, se sugiere aplicar el método de las consecuencias lógicas El niño o la niña debe saber que todo comportamiento tiene unas consecuencias lógicas que no son el castigo impuesto por los adultos.

  • El padre y la madre deben establecer normas claras de conducta y enseñárselas a los hijos e hijas.
  • El tono de voz amistosa es más eficaz. Si el niño o la niña percibe el enojo del adulto, está consiguiendo un posible beneficio: conseguir toda la atención como fruto de su comportamiento. También puede ocurrir que el enojo o la irritación provoque deseo de represalias por parte del niño o la niña.
  • No decir por adelantado cuál será la consecuencia, esto se convertiría en una amenaza y anularía el efecto de la consecuencia porque el niño o la niña sabe con antelación lo que ocurrirá. Además el niño o la niña puede decidir enfrentar la consecuencia como "una lucha de poder" y ver si el adulto sigue hasta el final.
  • Cuando el niño o la niña experimente la consecuencia de su comportamiento no hay que decirle "te lo advertí", si machacamos sobre el resultado anulamos el valor correctivo y fomentamos la "lucha de poder" del niño o la niña para ganar la batalla final. Cuanto menos se hable durante todo el proceso, mucho mejor.
  • La consecuencia debe estar relacionada con el mal comportamiento. El niño o la niña tiene que ver la relación entre lo que hace y el resultado, en otro caso no sería eficaz. Ejemplos: Si Juan rompe un juguete con intención, se le retira sin ofrecerle otro a cambio. Si Daniel no se lava las manos, no puede sentarse a la mesa para comer. Si Luis no recoge las piezas de construcción, no puede sacar otros juegos.

Además tendremos en cuenta nuestro comportamiento al respecto:

  • Evitar la competitividad y la comparación, respetando la individualidad de cada niño o niña conseguiremos que se responsabilice por sus propios actos.
  • No lamentarse por el niño o la niña cuando le ocurre algo. En vez de ayudarle a superarlo provocamos lamentación por su parte y no le motivamos para que se sobreponga. Con empatía comprenderemos sus emociones al respecto y le indicaremos el modo de encauzar estas emociones de forma adecuada para superar el problema.
  • No dar demasiada importancia a los temores y miedos. Cuando el niño o la niña observa que se le presta atención por ello, puede afianzarse el comportamiento, tampoco es conveniente hacer que se enfrente bruscamente a la situación que provoca el temor. Siempre es más positivo ayudarle a que aumente la seguridad en sí mismo y, progresivamente, intentar que supere el temor.
  • No utilizar las charlas moralizantes. El niño o la niña debe tener claro que la consecuencia de su comportamiento no es algo que el adulto le impone, sino la propia situación. Evitar las moralizaciones es evitar los juicios de valor, los rechazos y fomentar la autoestima.
  • Empezar por modificar un solo comportamiento tomando el tiempo que sea necesario. Primero se conseguirá una disminución en la frecuencia e intensidad del mismo. Eliminarlo lleva bastante tiempo, sobre todo cuando el comportamiento está muy interiorizado. Cuando se observen cambios positivos, puede trabajarse la disminución y eliminación de otros comportamientos.
  • Cuando el adulto abandona los sermones, los retos, las luchas de poder y las expectativas inadecuadas, no sólo mejora el comportamiento del niño o la niña, también mejora la relación. El niño o la niña busca entonces nuevas formas de ser aprobado y reconocido, si le ofrecemos la posibilidad de que esto ocurra cuando utiliza comportamientos positivos, muchos aspectos negativos desaparecen.
  • No utilizar castigos físicos, verbales ni emocionales. El niño o la niña aprende que la violencia es la respuesta adecuada para resolver problemas, sobre todo cuando existe frustración, que es en realidad lo que siente el adulto que recurre a estos métodos.
  • Hay situaciones que no se prestan para tener consecuencias eficaces o que no son apropiadas, bien porque el resultado es perjudicial o peligroso, o porque la consecuencia no puede ser inmediata y, en caso de aplicarla, se convertiría en un castigo.

Por último recordar que para comenzar la eliminación de comportamientos desadaptados conviene elaborar una lista de los mismos, anotando la frecuencia, la intensidad y lo que sucede antes y después de cada comportamiento. Esto nos ayuda a reflexionar sobre los beneficios que obtiene el niño o la niña como consecuencia de dicho comportamiento y lo que puede provocarlo. Si tenemos claros estos datos estamos en el mejor de los caminos para alcanzar nuestro objetivo.

En primer lugar de la lista colocamos el más desadaptado de los comportamientos y, después de una semana de intento de modificarla, volvemos a anotar la frecuencia e intensidad para controlar si aparecen resultados positivos.

Cuando el comportamiento ha disminuido considerablemente, pasamos a hacer lo mismo con el segundo comportamiento anotado en la lista.



Autoestima

La autoestima es la forma de sentir respecto a nosotros mismos, el concepto del propio valor o lo que pensamos de nosotros.

Todo niño o niña normal nace con el potencial necesario para alcanzar la salud mental. Indispensable para lograr este objetivo es poseer una autoestima elevada, que se fundamenta en la creencia del niño o niña de ser digno de amor y que importa por el hecho de existir, sintiendo que se valora y respeta su individualidad.

El niño o la niña posee cualidades y recursos internos suficientes para gustarse a sí mismo. Desde que nace aprende a verse como considera que le ven las personas que le rodean. Su imagen la construye en función del lenguaje verbal y corporal, de las actitudes y los juicios que sobre él emiten las personas que considera importantes. Se juzga a sí mismo comparándose con los demás y según sean las reacciones de éstos hacia él.

La pobre opinión de sí mismo afecta su estabilidad y constituye el núcleo de su personalidad, determinando la forma en que utiliza su potencial.

  • La autoestima alta surge de las experiencias positivas, produce en los niños y niñas seguridad, propia aceptación y la confianza suficiente para poder realizarse en todas las áreas de la vida, Las expectativas sobre sí mismos serán apropiadas, alcanzando en el futuro la estabilidad emocional.


  • La autoestima pobre da lugar a la inseguridad, una escasa resistencia a la frustración, un bajo sentido de quien es y provoca ansiedad. El niño o la niña se siente inepto y carece de motivación para relacionarse de forma positiva o comenzar nuevos aprendizajes. Suele ser una de las principales causas de las conductas desadaptadas en la infancia ya que cuando el niño o la niña tiene un concepto negativo de sí mismo, cree ser "malo" y adecua sus comportamientos a este juicio. Normalmente por ello se le regaña, juzga, castiga y rechaza, arraigando en él con más firmeza la convicción de "ser malo". Por necesidad de coherencia interna evita entonces que le lleguen mensajes positivos.

El modo como nos vemos a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea se crea durante la primera infancia en el ámbito familiar. Las impresiones que adquirimos entonces, nos acompañan toda la vida.

Nosotros podemos y debemos fomentar una autoestima elevada en nuestros niños y niñas con sólo seguir unas pautas sencillas pero valiosas. Precisamente por su gran valor es preciso insistir en ello:

  • QUE EL NIÑO O LA NIÑA SE CONSIDERE ACEPTADO Y AMADO INCONDICIONALMENTE. No basta con que le demos todo nuestro amor, debemos asegurarnos que él lo siente y experimenta. Tiene que percibir que se respeta y acepta su individualidad. Aceptar al niño o la niña significa sobre todo no confundir el valor de su existencia con el de su comportamiento.


  • TIENE QUE SENTIRSE VALIOSO, UTIL Y CAPAZ, vinculado a los grupos que pertenece (familia, clase, etc.) y recibir de éstos seguridad y confianza; interiorizando formas de conducta positivas porque no se hacen juicios de valor sobre su persona, sino sobre aspectos de su comportamiento.


  • DEBE DESARROLLAR SEGURIDAD INTERIOR para afrontar con éxito las dificultades que se le presenten. Para ello se le pedirá que concluya las tareas que comience, se le asignarán responsabilidades en función de su edad y capacidad, no se hará nunca por el niño o la niña aquello que sea capaz de hacer solo, se le ayudará a aceptar las consecuencias de sus acciones y a medir sus posibilidades antes de comenzar una actividad.


  • QUE PUEDA AFIRMARSE COMO INDIVIDUO. Cada niño o niña es único e irrepetible y necesita sentirse distinto a los demás. No es cierta la creencia de que los padres y las madres deben tratar a todos los hijos por igual, del mismo modo ocurre con los educadores y sus alumnos. Cada niño o niña debe sentir que es especial y singular.


  • PROPORCIONAR UN AMBIENTE SIN CONDICIONES PARA EXPRESAR LIBREMENTE SUS SENTIMIENTOS Y CUIDAR LAS EXPECTATIVAS INADECUADAS. Se fomentará así su capacidad crítica, permitiendo que piense por sí mismo, aunque no coincida con los pensamientos del padre, de la madre o del educador.


  • CUIDAR QUE SU INDIVIDUALIDAD NO SE CONVIERTA EN INDIVIDUALISMO EGOISTA.


  • QUE ADQUIERA UNAS PAUTAS DE CONDUCTA Y UNA ESCALA DE VALORES PERSONALES que le sirvan de referencia para que su forma de pensar y actuar adquiera coherencia, para que aprenda a distinguir el bien del mal. Padres, madres y posteriormente educadores las personas cuya estima y aprobación busca con más esfuerzo, por ello serán los modelos que intente imitar. Estos modelos como luego veremos deben ser coherentes en sus mensajes y actuaciones.

El grupo familiar

Durante la infancia y la niñez, las influencias ambientales que actúan sobre el niño o la niña provienen principalmente del ámbito familiar. Otros agentes socializantes son el ámbito escolar, los medios de comunicación, las relaciones de la calle, etc.

Como se vio con anterioridad, la madre es la primera persona con quien el niño o la niña establece un vínculo en los dos primeros años. Luego, progresivamente, la madre empieza a compartir este vínculo con el padre, los hermanos, los educadores, los amigos y amigas.

Aunque el padre interactúe afectivamente con el niño o la niña y participe en satisfacer sus necesidades, es a partir del tercer año cuando empieza a cobrar protagonismo en su vida. El pequeño o pequeña también comienza a diferenciar las actitudes y rasgos de personalidad del padre y de la madre, aprendiendo a dirigirse a uno u otro en función de su interés y beneficio, consiguiendo en muchos casos oponer al uno contra el otro.

El padre y la madre no deben dejarse manipular. Es imprescindible que estén de acuerdo sobre sus roles personales en la familia, establecer normas de conducta y ajustarse a ellas con firmeza para que el niño o la niña pueda interiorizarlas logrando progresivamente autodisciplina y abandonar la idea de que con maniobras, con críticas y protestas logrará sus deseos con todo el mundo.

Recordemos aquí que los niños y niñas imitan los rasgos acentuados de la personalidad del padre o de la madre, o bien los opuestos.

Las influencias del ámbito familiar no sólo provienen de la relación del niño o la niña con el padre y la madre. La relación entre hermanos es aún más decisiva para el desarrollo de la personalidad del infante. Este ve a sus hermanos más próximos a él, con intereses y actividades más comunes, los considera un modelo a imitar, también competidores en las atenciones y el afecto del padre y la madre.

Hay dos principios que debemos conocer. El primero es el principio de los opuestos: Los rasgos de personalidad del segundo hijo o hija casi seguramente serán contrarios a los del primero, si la diferencia de edad entre ambos es menor de seis años. Esto se debe a que casi siempre el segundo recibe más atención (favorable y desfavorable) por características diferentes a las del primero.

Otro principio es el de la expectativa cultural. Nuestra sociedad aún espera que las niñas sean agradables, ordenadas, limpias y cariñosas, que ayuden a mamá en la casa y que tengan buenas notas. De los niños se espera que sean más activos y agresivos, que se preocupen menos por las tareas escolares y las domésticas, les gusten los deportes competitivos y, en general, que tengan más libertad de acción.

La posición que el niño o la niña ocupa en la constelación familiar también determina algunos rasgos de su personalidad que pueden ser comunes en muchos casos. Sin embargo, no debemos olvidar que, al ser cada niño o niña irrepetibles, no siempre han de desarrollar personalidades similares.

No podemos hacer un análisis aquí de todos los casos por la cantidad infinita de combinaciones y variaciones según el orden de nacimiento, el número de hermanos y hermanas, el sexo de cada uno y sus edades, pero intentaré destacar algunos rasgos de los casos más habituales.

3.a.- El hijo o hija mayor

Durante los primeros años, el primogénito es único y recibe todo el amor, la atención, la inseguridad y la inexperiencia del padre y de la madre que, por lo general, tienden a sobreproteger y dejarse manipular por el niño o la niña. Cuando se ha acostumbrado a su situación privilegiada, es desplazado por el segundo hijo o hija.

Si la diferencia entre ambos es mayor de cinco años, no suele representar una amenaza para el mayor porque éste ya tiene un lugar en el mundo exterior a su familia y una identidad establecida.

Cuando la diferencia es menor de cinco años, el mayor ve su vida perturbada. Considera al bebé un intruso, una amenaza y se encuentra desplazado, hagan lo que hagan el padre y la madre. El primogénito siente celos en mayor o menor grado y es posible que los manifieste con comentarios verbales de rechazo, con conductas exageradas para atraer la atención de los adultos o con regresión en habilidades que ya había adquirido. Cuando el segundo es de distinto sexo, las reacciones negativas del mayor no son tan extremas.

Habitualmente los hijos mayores se esfuerzan mucho por complacer a los padres, suelen tener muchas cualidades parentales, cuidan de sus hermanos, son más responsables, verbales y con dotes de liderazgo. Es posible que tiendan a ser introvertidos y que deseen ser los mejores en lo que realicen, pueden convertirse en perfeccionistas que se preocupan por todo y no se atreven a cometer errores o a decepcionar a los padres u otra autoridad. No le gustan los cambios, es más tenso, más serio y reservado que los demás, le cuesta aceptar las críticas, utilizan su poder para salirse con la suya y toleran menos los errores ajenos.

  • La hermana mayor de mujeres, por lo general, es brillante, fuerte e independiente, capaz de cuidar de sí misma y de otros. Es desenvuelta, organizada y dominante.
  • La hermana mayor de varones es una mujer fuerte, independiente, práctica, sensata y tiene un buen nivel de autoestima, aunque a veces puede parecer retraída.
  • El hermano mayor de varones es "el jefe", en muchos casos un líder de hombres y le gusta estar al mando en todos los aspectos de su vida. Es muy meticuloso con su persona y sus posesiones. Puede ser perfeccionista en algunos aspectos como desear el orden en casa o querer ganar en todos los juegos. Suele tener éxito en lo que hace.
  • El hermano mayor de mujeres es más desenvuelto y divertido que el hermano mayor de varones. En algunos aspectos puede ser un hedonista, pero considerado y desprendido. Le gusta ser líder y jefe en el trabajo, pero siempre será simpático y transigente.
3.b.- El segundo y el menor de los hijos o hijas

El segundo hijo o hija se encuentra con un hermano o hermana más grande, más fuerte y más capaz de hacer cosas que él, es su modelo a imitar. La relación varía entre compañerismo y rivalidad. Disfruta estando con el mayor pero envidia sus privilegios y compite por lograr la atención y aprobación del padre y de la madre. Intenta emular las habilidades por las cuáles el mayor recibe atención, pero al no lograrlo, desarrolla las opuestas para conseguir su objetivo.

Cuando la diferencia de edad es mayor de seis años, el segundo lo considera como un adulto y en vez de igualarlo o ser su opuesto, pretenderá manipularlo como hace con el padre y la madre.

Con el segundo hijo o hija, el padre y la madre tienen más experiencia, menos inseguridad, ansiedad, expectativas y tiempo para dedicar en exclusiva al nuevo bebé. Por eso desarrollan menos conductas indulgentes, respetan más su ritmo de evolución y lo presionan mucho menos. En consecuencia la maduración es más natural pero los logros son menores en el segundo hijo o hija.

Habitualmente, el segundo hijo o hija es el pequeño de la familia, y es posible que continúen tratándole así toda la vida. Los hijos o hijas menores suelen carecer de autodisciplina, les cuesta tomar decisiones porque siempre tuvieron a alguien mayor que resolvía todo y siguen esperando que les resuelvan los problemas. También puede ocurrir lo contrario y rechazar toda ayuda. Suelen tener menos ambiciones en la vida que los mayores, son propensos a quebrantar reglas sociales y a dedicarse a actividades creativas. Enfrentan la vida de forma aventurera, les gusta probar cosas nuevas, desarrollar un estilo manipulador para conseguir lo que desean. Tienden a ser seguidores más que líderes y, en función del trato que hayan recibido en la familia de origen, pueden ser sociables, simpáticos y desenvueltos, o bien tímidos e irritables.

  • La hermana menor de mujeres tiende a ser espontánea, alegre, aventurera, "la pequeña" toda su vida. Posiblemente desordenada y caprichosa. Puede llegar a ser competitiva (sobre todo con los hombres), veleidosa o impredecible.
  • La hermana menor de varones suele ser simpática, optimista, atractiva y divertida. En ocasiones es la preferida de la familia y las cosas tienden a salirle bien con poco esfuerzo. En su vida adulta elegirá amistades masculinas y en el trabajo se desenvolverá mejor como empleada con un jefe varón de avanzada edad.
  • El hermano menor de varones puede ser intrépido, audaz, testarudo, caprichoso y rebelde. Con frecuencia es impredecible y cambia de estado de ánimo repentinamente. No le gusta hacer planes, vive en función del presente y de sus deseos inmediatos. Puede ser simpático y encantador cuando todo le va bien y mostrarse ausente cuando la situación no le agrada. No le gusta perder y es tímido con las mujeres.
  • El hermano menor de mujeres recibe cuidados femeninos durante toda la vida. Si las hermanas fueron dominantes en su infancia, tenderá a ser rebelde, si el caso fue contrario, dispondrá de autoestima alta. Todos los miembros de la familia suelen mimarle, así que no precisa esforzarse para atraer atención. Puede convertirse en embaucador y da por sentado que las mujeres lo apreciarán y complacerán toda la vida. Aunque en general es afable, suele tener cambios de humor. No le gusta cumplir normas y se desenvuelve mejor en actividades que no requieran automotivación. No suele entrar en competitividad.
3.c.- El hijo o la hija del medio

La llegada del tercer hijo o hija afecta más al segundo que al primero. Este no sólo tiene a alguien más grande y capaz que le marca el paso, además se siente desplazado por la llegada de un bebé más gracioso y dependiente. Es a la vez el hermano mayor del que sigue y el hermano menor del primero, por lo que puede sentir confusión sobre su identidad y no desarrollar rasgos distintivos porque vacila entre ser como el mayor o como el pequeño.

Nunca vive la experiencia de contar con el padre y la madre para él solo, ni recibir tanta atención como el primogénito.

De adultos, tienden a ser menos capaces de tomar iniciativas o pensar de forma independiente. De los hermanos y hermanas, son los que tendrán menos éxitos escolares, suelen pensar que la vida es injusta y para sentir que son importantes se vuelven competitivos y adoptan actitudes destructivas si con ellas se ven triunfadores. En general, desarrollarán hábitos y comportamientos molestos que llamen la atención. Son más responsables que los menores, pero tienen más problemas y se muestran más introvertidos que sus hermanos o hermanas. Llegan a ser expertos en tratar con todo tipo de personas, amigables y buenos negociadores porque han aprendido a "tratar" con las diferentes personalidades de sus hermanos. De adultos elegirán trabajos que requieren tacto, pero poco empuje y también en los que puedan obtener atención, reconocimiento y afecto.

Son muchas las combinaciones posibles de la posición intermedia, variando en función de la edad, el sexo y la cantidad de hermanos y hermanas, pero en general, el hijo o la hija del medio desarrollará más rasgos característicos propios de la posición de nacimiento a la que está más cercano

  • El que está exactamente en medio de los hijos o hijas del mismo sexo se encuentra en la peor situación. Recibirá menos atención y necesitará competir más, tendrá una mezcla equitativa de características propias del mayor y del menor, sintiendo más ansiedad y será más autocrítico.

  • Si el hijo o la hija del medio es de diferente sexo del resto, recibirá más atención de toda la familia y, en el caso de ser mimado, tendrá dificultades para hacer amigos de su mismo sexo.

3.d.- Los hijos o hijas únicos

Están a la vez en el mejor y el peor de los casos. No tienen que enfrentarse a situaciones en las que se sientan desplazados, tampoco tienen que competir por las atenciones y el tiempo que les dedican el padre y la madre. Suelen tener muchas de las características del primogénito pero al mismo tiempo conservan ciertos rasgos infantiles de adultos.

La falta de contacto con otros niños y niñas en los primeros años puede provocar en ellos una tendencia a ser solitarios, introspectivos y no saber compartir porque no están acostumbrados a lidiar con las complejidades de otros seres humanos.

Los rasgos de personalidad van a depender, más que en el caso de hijos e hijas con hermanos y hermanas, de las influencias del padre y la madre. En la mayoría de los casos se sienten bien consigo mismos, con alta autoestima y menos necesidad de controlar a los demás. No sienten resentimientos frente a la autoridad, esperan y aceptan ayuda, pretenden mucho de la vida, suelen destacar en el colegio, tener éxito y tendencia al perfeccionismo. En general, de adultos son personas bien adaptadas.

  • El hijo único suele ser más favorecido que la hija única. Recibe constante aprobación, aliento y respaldo. A menos que lo desee, no se desvive por nadie. Habitualmente es el "geniecillo" de la familia, atractivo y un poco solitario
  • La hija única piensa que es una persona especial. Anhela recibir aprobación. Es a la vez madura y perpetuamente infantil. Suele estar sobreprotegida por el padre y la madre y espera similar protección siendo adulta. Suele ser muy inteligente y competente, desea tener amistades con relaciones estrechas pero no está muy capacitada para lograrlo fácilmente.

3.e.- Relaciones sociales con niños y niñas de la misma edad

La interacción con iguales le hace descubrir las diferencias físicas y de situaciones familiares entre él y los demás, aportándole una experiencia tremendamente rica. Acosa al padre y la madre con preguntas al respecto y establece comparaciones entre los amigos, amigas y él.

El período entre los dos y los ocho años marca la aparición de las diferencias individuales en cualidades, rasgos de personalidad y habilidades interpersonales. Los niños y niñas juegan juntos y manifiestan distintos niveles de actividad, de iniciativa, de habilidades motrices o de lenguaje, desarrollan diferentes capacidades para atender y recordar nuevas ideas. Su grado de agresividad, egoísmo, consideración, solidaridad, etc., es distinto. Aparece el líder y los seguidores, el introvertido y el extrovertido, el cobarde y el valiente, el temeroso y el osado, etc.

Para el desarrollo personal y social es vital el juego en general y el juego simbólico en especial, a través de él los pequeños aprenden a conocerse a sí mismos, a los demás y a manejar las tensiones de las relaciones interpersonales.

Si el niño o la niña no tiene oportunidad de jugar con iguales, pierde una experiencia vital de aprendizaje social y lo más probable es que se convierta en una persona inepta e insegura de sí mima en las relaciones con otras personas.

Desarrollo de la personalidad

Entre los siete u ocho meses comienza la etapa de "crisis de ansiedad". El niño o la niña diferencia a su madre del resto de personas y empieza a comprender que está separado de ella, que puede desaparecer. Por eso el vínculo o apego se estrecha aún más, mostrando mayor dependencia. No tolera separarse de su madre, llora cuando no está en su campo de visión, la busca constantemente y desearía tenerla siempre junto a él. Este apego también se manifiesta con el padre aunque la intensidad es menor. La madre suele ser la figura principal de apego, mientras el resto son secundarias.

El niño o la niña de esta edad suele elegir un peluche, un almohadón u otro objeto como "sustituto afectivo" u "objeto compensatorio", tenerlo a su lado consuela la ansiedad que siente cuando la madre se aleja este le da seguridad.

La etapa de "crisis de ansiedad" va superándose a medida que el niño o la niña evoluciona en las diferentes dimensiones madurativas. Las adquisiciones intelectuales, motóricas, emocionales, lingüísticas y, sobre todo, afectivas, serán la clave del proceso que irá conformando las bases de su personalidad.

Alrededor de los dieciocho meses, la maduración general le lleva a desarrollar su identidad. La mayor independencia en los movimientos y en las acciones sobre el entorno le ayudan a progresar como entidad individual. Toma conciencia de sí mismo como ser con voluntad propia, capaz de transmitir sus deseos y necesidades. Este período se denomina de "oposición o negativismo". El niño o la niña aprende a decir "no", utilizándolo para expresar su voluntad, con la satisfacción de poder modificar diferentes situaciones. Se opone a todo cambio o situación que le resulta poco atractivo

En este período también manifiesta conductas egocéntricas y rebeldes como son las rabietas. Estos rasgos de la conducta, aún siendo negativos, son necesarios para reafirmar la conciencia de sí mismo. Su ausencia puede indicar que el niño o la niña sigue considerándose como prolongación de la figura materna y no como ser individual con capacidades propias.

De los dos a los tres años, sigue manifestando dependencia de los adultos. Esta va disminuyendo a medida que el niño o la niña avanza en madurez y autonomía. Aún reclama la atención y ayuda de los adultos de diversas formas. Esta dependencia física se complementa intensamente con la emocional, de forma que el niño o la niña busca aprobación e interacción afectiva en todo momento.

El niño vive en este período auténticos conflictos, sus comportamientos para reafirmar la conciencia de sí mismo reciben a menudo la desaprobación de los adultos. Estos olvidan en muchas ocasiones que el mal comportamiento se debe a que el niño o la niña busca, a través de la experiencia, la orientación de lo que debe o no debe hacer, desea más que nada la atención en exclusiva de las personas que para él son importantes, o simplemente constatar que tiene voluntad propia.

Los conflictos internos se agravan cuando el niño o la niña encuentra incomprensión, juicios de valor hacia su persona, represión de sus sentimientos, etc� Los sentimientos de culpa, la inseguridad, la baja autoestima y la desorientación, le conducen a intensificar los comportamientos desadecuados que le reportan de nuevo mayores efectos negativos.

Los comportamientos expresivos adquiridos en la primera infancia (de 0 a 2 años) comienzan después a reflejar personalidades individuales con actitudes específicas, preferencias marcadas y estilos de control propios que van a caracterizar al niño o la niña durante toda su vida.

Transcurrida la primera infancia, la maduración física, la capacidad creciente para diferenciar su experiencia y la consecución de logros, estimulan el progreso en autoconciencia y formación de actitudes frente a sí mismo.

Toma más interés y conciencia por su crecimiento físico, por las variaciones exteriores de su cuerpo y por las diferencias físicas entre los sexos, reconociendo su propia identidad sexual. Suelen preocuparse por las lesiones que puedan sufrir o por perder alguna parte del cuerpo, sobre todo los niños. Los psicoanalistas denominan a este temor de los niños "angustia de castración".

Las actitudes de los padres y madres ante estos cambios son determinantes. Mostrar alegría por su crecimiento, por sus logros, responder a su curiosidad sexual con información que puedan comprender y tomar en serio sus temores, estimulan la actitud positiva del niño o la niña hacia sí mismo.

La capacidad del niño o la niña para lograr el control comienza a formarse según respondan el padre y la madre a los primeros intentos para afirmarse como persona independiente.

La formación de la personalidad se acelera entre los dos y los siete años, sobre todo por la gran cantidad de habilidades motrices y cognitivas que adquiere y que facilitan la autonomía y la independencia. A medida que hace más cosas por sí mismo, comprende mejor lo que sucede a su alrededor y aumenta su capacidad para lograr el control. Si los padres estimulan esta independencia progresiva y el esfuerzo por perfeccionar habilidades, aumentará su sentido de capacidad personal y el placer de buscar su autodominio

Como formula Erikson: "Las investigaciones indican que la motivación de rendimiento de los adultos está directamente relacionada con el grado de entrenamiento positivo para ser independientes que reciben de sus padres durante los primeros seis años".

El padre y la madre pueden ayudar en el proceso estimulando las características positivas de sus hijos o hijas (las que poseen, no las que desearían que poseyeran). Observando los motivos que mueven a los niños a desear una actividad en vez de otra.

Cada niño o niña es único, pero fundamentalmente todos poseen más similitudes que diferencias. Cada uno necesita sentir que es un ser humano competente y digno, y desarrollar su capacidad intelectual, creativa y emocional al máximo, incluso en condiciones de grandes carencias.

Las capacidades y aptitudes de cada niño o niña se desarrollan a su propio ritmo, no existen los "niños promedio". Hay unas etapas aproximadas que sirven de referencia, pero no deben crearse expectativas que provoquen preocupación en el padre o la madre cuando una conducta o habilidad retrasa su aparición, casi seguramente alcanzará en poco tiempo el mismo nivel de otros niños o niñas de su misma edad.

 

La importancia decuidarnos como educadores

Como padres y madres, desde que nuestros hijos nacen, nos preocupamos de si serán felices o no en el futuro, de si alcanzarán el éxito profesional y de muchas otras cuestiones. Pues bien, esto que nos planteamos y que realmente nos inquieta no sólo depende de lo que conscientemente les transmitamos o de la educación que intentemos que asimilen. También depende del ejemplo vital que les proporcionemos.
A lo largo de mi práctica profesional, he podido observar cómo muchas madres luchaban por enseñar, inútilmente, valores que ellas no practicaban. Y no eran diferentes a otras madres que vivían situaciones familiares más positivas. Ellas tenían debilidades, las propias de los seres humanos, que no solo tienen el rol de educadores.
Esto me hizo entender lo importante que es que cada uno de nosotros trate de ser cada día mejor persona. Pero un “ser mejor persona” bien entendido. No se trata de ser querido por todo el mundo, ni de ser el más candoroso del lugar; tampoco se trata de darlo todo sin pensar en uno mismo, en un acto de total sacrificio. Consiste precisamente en respetarse, en conocer lo que es bueno aceptar del otro y lo que no, de conocerse bien por dentro y por fuera, y quererse con los lados oscuros y claros que tenemos. Cuando no lo hacemos, no sólo nos perjudicamos como personas, sino que, si decidimos tener hijos, también les perjudicamos a ellos. Probablemente les transmitamos nuestros miedos o no potenciemos su autoestima porque nosotros mismos no la tengamos bien, o demos ejemplo de lo que no es bueno permitir a los demás que nos hagan o digan. Ni qué decir tiene la importancia de reconocer las propias limitaciones y tratar de superarlas, de conocer nuestras reacciones y nuestra forma de relacionarnos para mejorar ese aspecto.
Los niños son esponjas llenas de energía y vitalidad, que exploran el mundo y absorben todo aquello que ven, especialmente cuando eso viene de un entorno cercano. Y nuestra labor como padres y madres es la de protegerles, quererles y educarles para que sean felices y hagan felices a otros. Y eso, en muchos casos, también tiene que ver con nosotros como personas que viven y se relacionan con otros adultos.

Respetar a los hijos

Esperamos que nuestros hijos nos traten con el respeto debido y que sepan respetar a los demás. Pero ¿respetamos nosotros a nuestros hijos en la misma medida?

"Los niños pequeños tienen sentimientos pequeños""Los jóvenes de pocos años tienen pocos sentimientos"
Evidentemente, sorprende leer estas dos premisas. Es muy probable que al leerlas pudiera pensarse que una servidora no sabe lo que dice. Pero en cambio no es demasiado extraño que actuemos como si fuera cierto que a menor edad correspondieran menos sentimientos y menos dignidad . Y si no, preguntémonos por qué en ocasiones la manera de tratar a nuestro hijo no se corresponde con el respeto que debemos a cualquier persona adulta.
Aunque son pequeños y de corta edad, se sienten despreciados cuando les hablamos con altivez, humillados cuando les avergonzamos (a veces en público), y atropellados cuando les damos órdenes incomprensibles a sus ojos. Actuar así es la mejor manera de empezar a levantar barreras que dificultarán nuestro entendimiento con ellos . En cambio, si les tratamos con el mismo respeto que a cualquier persona, les ayudamos a sentirse tan importantes como los adultos, dignos de la misma consideración y favorecemos una comunicación fluida entre nosotros y ellos. Respetar es tratar a alguien con la debida consideración.
El respeto que les tenemos a los hijos se manifiesta en la calidad del trato que les otorgamos y en la atención que ponemos en tratar de no invadir sin permiso sus espacios de autonomía . No es lo mismo, por ejemplo:
Supongo que esta mañana no has podido dejar ordenado tu cuarto. Me gustaría que lo hicieras ahora.
¡Eres un cochino, siempre lo dejas todo de cualquier manera! Haz el favor de ordenar tu cuarto.
Las ventajas educativas de tratar a los hijos con el debido respeto son decisivas. Si nuestra relación con ellos no se basa en la consideración , se vuelve imposible llevar a cabo una acción educativa eficaz y la convivencia, a medida que se van haciendo mayores, resultará dificultosa.
Dos grandes razones justifican la necesidad de otorgar a los hijos un trato basado en el respeto:
•  Los niños tienen sentimientos igual o más intensos que nosotros. A menudo nos olvidamos de ello y pensamos que no tener ni el poder ni la madurez de la edad adulta es sinónimo de no acusar lo que pasa alrededor de uno.
Cuando a Pablo, en plena fiesta de cumpleaños de un amigo, su madre empezó a limpiarle los pantalones sacudiéndole con fuerza e increpándole furiosa: "¡Qué cochino eres! !Mira como te has puesto! ¡Siempre has de ser el más desastrado!" le estaba poniendo en evidencia delante de todos y los sentimientos de Pablo fueron de vergüenza y de odio hacia su madre.
-Cuando reciben un trato considerado, reaccionan con actitudes de colaboración. Pronunciar una frase amable para pedirles alguna cosa en vez de una orden autoritaria y cargada de reproches genera en ellos sentimientos de agradecimiento que les animan a identificarse y colaborar con la persona que no manda, sino que pide, recuerda, sugiere. No es magia: al igual que los adultos, los niños responden según los estímulos que reciben, se adaptan al trato recibido.
-Cuando reciben un trato desconsiderado o irrespetuoso, acaban por asumir conductas irrespetuosas, negativas e incluso agresivas. Al sentirse maltratado, el niño no puede por menos que sentir aversión hacia aquellos que le tratan mal, que no tienen en cuenta su dignidad. Y con esos sentimientos como cojín de su voluntad, es difícil que tenga ganas de seguir las indicaciones que ha recibido. Al contrario, es probable que por despecho, tenga ganas de desobedecer.
Imaginemos por un momento que en una reunión de amigos, nuestra pareja se mancha la camisa y, en voz alta y con tono de reproche le decimos: "Eres un auténtico desastre, siempre haces igual, mira como te has puesto, da vergüenza ir contigo a cualquier sitio..." Una situación similar sería tan inaudita que el simple hecho de imaginarla nos resulta cuando menos gracioso.
En cambio, si la escena se plantea entre padres e hijo, adquiere normalidad, pierde dramatismo. Incluso veríamos con relativa normalidad el pensar en un castigo si el hijo contestara una impertinencia.
Parémonos a pensar: ¿por qué nos parece normal destinarle un trato a nuestro hijo que de ninguna manera destinaríamos a nuestra pareja? ¿No podemos deducir que realmente nos olvidamos de pensar que tiene sentimientos y reacciones que dependen en gran medida de nuestra actitud con él?
•  Los niños aprenden a relacionarse y a comportarse por imitación y por contagio. Cuando son pequeños aprenden a hablar en el idioma que hablan los padres y, sólo mediante enseñanzas sistemáticas insistentes, consiguen aprender otros idiomas. Aprenden imitando las palabras que oyen. Pero al aprender a hablar no sólo adquieren esta habilidad, sino que adquieren con las palabras unos contenidos, unas actitudes, unas maneras de comunicarse.
Tan importante como las habilidades que adquieren son las ideas, actitudes y sentimientos que les han rodeado y que también aprenderán por imitación y por contagio . Pensemos por un momento en lo que aprenderá un niño cuando reciba de sus padres un trato más delicado, respetuoso y considerado, cuando haya podido imitar a sus padres en su consideración, delicadeza y respeto, y cuando, las palabras que haya escuchado desde pequeño expresen ideas valiosas y sentimientos positivos... Por el contrario, ¿qué forma de relacionarse y que valores tendrá un niño cuyos padres crearon en su casa un ambiente de falta de respeto, de autoritarismo, de desconsideración...
Es posible que, después de lo antes expuesto, quede en mis palabras un eco que no se corresponde con mi intención ni con la realidad de las cosas. Las palabras, con frecuencia son equívocas y nos inducen a errores. Me gustaría puntualizar que cuando hablo de respeto, consideración y delicadeza, no quiero decir no-intervención, no quiero decir que no haya que contrariar a los hijos, no quiero decir que debamos dejarnos avasallar por sus exigencias. Sólo quiero dejar claro que amonestar, orientar, informar o exigir no es lo mismo que insultar, avasallar, maltratar o avergonzar.
- ¿Araña? - pregunta un transeúnte a una señora que acariciaba dulcemente a su gato sentada en un banco del parque.
- No, es un gato - respondió ella con cara de sorpresa.
Ciertamente las palabras engañan, pero son también una preciosa herramienta para transmitirles a nuestros hijos sentimientos de aceptación y de respeto.

Consejos a mamá y a papá

  1. Primero no me des todo lo que te pida. A veces sólo quiero ponerte a prueba, para saber cuánto puedo conseguir de ti.
  2. Si en lugar de mandarme que haga algo, me lo sugieres, lo haré más deprisa,
  3. No cambies constantemente de idea respecto a lo que quieres que haga. Decídete de una vez y no cambies de opinión.
  4. Cumple tus promesas para bien y para mal. Si prometes una recompensa dámela sin falta, si me prometes un castigo, también dámelo sin falta.
  5. No me compares con otra persona. Si me haces pasar por mejor o más inteligente, eso le dolerá a alguien. Si me haces pasar por peor o más torpe entonces es a mí a quien harás daño.
  6. Deja que haga yo por mi cuenta todo lo que pueda. Así voy aprendiendo. Sí tu me lo haces todo, nunca podré hacer nada por mí mismo.
  7. No me corrijas delante de los demás. Espera a que no haya nadie alrededor para decirme cómo puedo mejorar.
  8. No me grites. Eso me hace gritar también y no quiero convertirme en una persona gritona.
  9. No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que mienta para ayudarte. Eso rebaja el concepto que tengo de ti y también rebaja mi propia estimación aunque suponga que yo te esté haciendo un favor.
  10. Cuando haga una cosa mal, no me preguntes por qué lo hice. A veces. no sé por qué razón me porto mal.
  11. No me prestes demasiada atención cuando digo que me duele el estómago. Fingir estar malito puede ser una manera cómoda de librarme de hacer las cosas que no quiero hacer o de evitar el tener que ir donde no quiero.
  12. Cuando te equivoques en algo, admítelo. No estropeará mi opinión de ti. Así será más fácil para mi reconocer cuando yo me equivoco.
  13. Trátame como tratas a tus amigos. Así seremos amigos tú y yo. El hecho de ser parientes no quiere decir que no podamos tratarnos con respeto los unos con los otros.

Principios básicos para educar bien

 
  1. USTEDES son los principales educadores, la escuela sólo complementa vuestra labor educativa.
  2. EDUCAR BIEN es enseñar a: conocer las propias posibilidades, desear crecer, aceptar nuestras limitaciones y nuestras virtudes de forma sana, es enseñar a vivir.
  3. Educar bien es ENSEÑAR A ADAPTARSE A TODAS LAS SITUACIONES: BUENAS Y MALAS.
  4. Educar NO ES PROPORCIONAR EXPERIENCIA BUENAS Y AISLARLE DE LAS MALAS. ES AYUDARLE A APRENDER DE ELLAS.
  5. Para educar bien NO EXISTEN RECETAS, se aprende de experiencias concretas y luego se generaliza a nuestra vida cotidiana.
  6. Educar es una TOMA DE DECISIONES CONSTANTE. Nuestras decisiones están muy influidas por CÓMO HEMOS SIDO EDUCADOS. Ser conscientes de ello ayuda a educar más sensatamente.
  7. Educar bien a un hijo NO ES COMPENSARLE POR LO QUE NOSOTROS NO HEMOS RECIBIDO EN NUESTRA NIÑEZ. "Los niños no nacen con tus carencias ni necesidades, no se las crees".
  8. Deben ser conscientes de LO QUE LES TRANSMITIERON CUANDO LOS EDUCARON.
  9. Deben EDUCAR EN EL PRESENTE CON PERSPECTIVA DE FUTURO. Una mala actuación ahora SE PAGARÁ CON CRECES más adelante.
  10. NO DEBEN ANGUSTIARES sin necesidad. "Si no puedo yo solo/a, busco ayuda en los demás".
  11. Para educar bien es necesario tener SENTIDO COMÚN.
  12. Muchas veces necesitaremos una VISIÓN OBJETIVA DESDE FUERA. No dudes en pedir orientación educativa aunque el problema parezca pequeño.
  13. NO EXISTEN LOS SUPERPADRES; todo el que te comente que su relación con su hijo es perfecta, puede que necesite aparentar o que no quiera ver los problemas.
  14. NADA ES LO MISMO para un hijo que para otro.
  15. Educar bien no es buscar las mismas condiciones para todo, sino es DAR A CADA HIJO LO QUE NECESITA. Hacerlo así o es ser injusto, ayuda a los hijos a crecer aceptando la individualidad de cada uno.
  16. Educando, VAS A COMETER ERRORES, pero...
  17. NO HAY ERROR QUE NO SE ENMIENDE.
  18. Puedes rectificar SIN PERDER LA AUTORIDAD.
  19. No importa lo que sucedió en el pasado, SI HAY PROBLEMAS HAY QUE "TOMAR EL TORO POR LOS CUERNOS".
  20. Sé POSITIVO. Dile a tu hijo/a lo que te gusta y pon un límite a lo que no te gusta.
  21. Un/a niño/a es una antena parabólica constante. SE ENTERA DE TODO, LO IMITA TODO. El/la niño/a APRENDE MÁS DE LO QUE VE QUE DE LO QUE DECIMOS.
  22. El mayor deseo del/la niño/a es CONTROLAR EL ENTORNO.
  23. En el entorno estamos NOSOTROS/AS. Controlar nuestras reacciones le fascinará, incluso aunque sea a costa de que nos enfademos con el ("Mamá siempre se pone colorada cuando hago esto...").
  24. El/la niño/a necesita LIBERTAD CONDUCIDA.
  25. Si nosotros no PONEMOS LÍMITES a su conducta, lo hará el/ella.
  26. NUNCA DEBO MENTIRLE. Si le enfrento a aquellas cosas que no le gustan pero que debe aceptar, le preparo para asumir la realidad.
  27. SI LE MIENTO LE HARÉ UN/A INMADURO/A (necesitará que le disfracemos las cosas para aceptarlas) Y UN/A INSEGURO/A (si no puedo fiarme de mis padres ¿de quién me puedo fiar?).
  28. Siempre que tengamos la certeza de que nos entienden, debemos explicarles las razones de nuestras decisiones cuando les afecten a ellos/as directamente, de forma breve y sencilla.
  29. Levantar castigos o encubrir los errores sólo es SOBREPROTECCIÓN. Las personas sólo aprendemos de nuestros errores si vivimos las consecuencias de los mismos.
Fuentes: ALGUNOS PRINCIPIOS BÁSICOS PARA EDUCAR BIEN (Adaptación de Orjales, I. (2003)

Bienvenidos padres de familia

 
 
PARA EMPEZAR Y REFLEXIONAR...
 
PAPI ¿TIENES TIEMPO PARA MI?
 
Papi ¿Cuánto ganas? Dijo el pequeño con voz tímida fijando sus
expresivos ojos en su agotado padre que llegaba del trabajo.
"No me molestes, hijo
¿ No ves que vengo muy cansado?
"Pero, papi. Dime por favor ¿Cuánto ganas?" Insistió.
"Doscientos pesos al día".
Respondió el hombre irritado con tal de quitárselo de encima.
El niño se asió de su saco y le dijo: "Papi, ¿Me prestas cien pesos?
El padre montó en colera y tratando con brusquedad al niño, le
dijo:
"Así que para eso querías saber cuanto gano. Vete a dormir y no
me estés molestando, muchacho aprovechado".

Ya había caído la noche cuando el padre se puso a meditar sobre lo ocurrido.
El incidente lo hizo sentirse culpable. Tal vez su hijo quería comprar algo...
Había estado muy ocupado en el trabajo últimamente y no estaba al
tanto de los acontecimientos del hogar.
Queriendo descargar su conciencia
dolida, se asomó a la habitación del pequeño.
"Hijo ¿Estás dormido?"
El niño abrió los ojos a medias. "Aquí tienes
el dinero que me pediste. ¿Para que lo querías?"
Tallándose los ojos, su
hijo metió la manita debajo de su almohada y sacó varios billetes arrugados.
Es que quería completar. ¿Me vendes un día de tu tiempo?
Anónimo