La mayor
parte de los comportamientos infantiles son aprendidos y se repiten según
el efecto que producen en el medio que rodea al niño o la niña. La conducta es
el resultado de la interrelación del individuo y su ambiente.
El
aprendizaje de la conducta se realiza principalmente por:
- Experiencias anteriores. El niño o la niña reacciona en respuesta a estímulos que guardan semejanza con otros estímulos aprendidos con anterioridad y que le reportaron beneficio o perjuicio.
- Por refuerzo operante. Los comportamientos han recibido refuerzos que pueden ser positivos como un premio, o negativos como un castigo, inmediatamente después de haberse realizado.
- Por aprendizaje social, por observación o por imitación.
Cada
grupo social elabora unas normas y pautas de conducta. Hablamos de problemas de
comportamiento cuando, por defecto o exceso, éste no se adapta a las pautas de
conducta preestablecidas. Luego los criterios de normalidad son
relativos, y la anormalidad implica una desviación en frecuencia,
intensidad y modo de realización del promedio.
El
niño o la niña no hereda comportamientos desadaptados, son consecuencia de
procesos de aprendizaje. El ambiente familiar, el escolar o social los ha
fortalecido.
Si
los comportamientos son adquiridos, pueden ser modificados, además de poder
prevenir los que aún no existen.
Para
poder cambiar un comportamiento desadaptado, debe modificarse también el de
las personas que rodean al niño, ya que le han ofrecido reforzadores como la
atención concentrada ante dicho comportamiento.
Al
hablar de problemas de comportamiento hay que distinguir entre aquellos que el
niño o la niña desarrolla de forma inadecuada y frecuentemente (por lo
tanto nos centraremos en que disminuyan y desaparezcan) y los comportamientos
que el niño o la niña debería de realizar en función de su edad y no lo hace,
o bien lo hace de forma incorrecta (en este caso debemos crearlos o
perfeccionarlos).
El niño
o la niña realiza el aprendizaje por medio de ensayos y errores o aciertos.
Repite un comportamiento porque tras realizarlo ha obtenido una ventaja, una
gratificación o un beneficio.
Conviene
averiguar que reforzadores está obteniendo cada niño o niña ante sus
comportamientos desadaptados con el fin de suprimirlos.
El
castigo se utiliza para que el niño o la niña experimente unas
consecuencias desagradables por su conducta. Puede ser de cuatro tipos:
- Agresión física (azotes, bofetadas, etc.)
- Agresión verbal (críticas, insultos, juicios de valor, etc.)
- Prohibición de algo agradable (no ver televisión, no salir al parque, etc.)
- Retirada de un privilegio (acostarse más pronto, eliminar la propina, etc.)
Otro
tipo de castigo muy frecuente en la sociedad actual es, el chantaje
emocional o castigo psicológico, que se utiliza cuando, tras el
comportamiento, los adultos mantienen interminables silencios, malas caras,
exageradas entonaciones de voz y estimulan los sentimientos de culpa durante un
tiempo interminable.
En
ningún caso el sistema de castigos debe aplicarse. Está demostrado que el
efecto del castigo es temporal y en el momento en que se modifican las
circunstancias en que se aplicó, la conducta vuelve a repetirse.
Puede
ocurrir que lo que el adulto considera desagradable para el niño o la niña en
realidad no lo sea para él y en vez de considerarlo un castigo se convierta en
un reforzador, aumentando el comportamiento desadaptado en intensidad y
frecuencia.
El
castigo suele ir acompañado de otros efectos emocionales como la ansiedad, el
miedo, etc. Cuando el niño o la niña lo recibe escucha además juicios sobre su
valor personal: "eres un desordenado", "eres malo", "eres desobediente", etc. Lo
cuál lesiona gravemente su autoestima, las habilidades que el niño o la niña
esté realizando en ese momento pueden quedar perturbadas por la ansiedad que
siente y las consecuencias erróneas se pueden prolongar en el tiempo e
interferir la adquisición de nuevos aprendizajes.
Si el
niño o la niña comete un error en su actividad y se le castiga, aumentará su
ansiedad y es posible que cometa nuevos errores.
Cuando
el niño o la niña experimenta miedo o ansiedad, intenta librarse de este estado
emocional evitando enfrentarse con la situación que lo provoca.
Por ello
y otras muchas argumentaciones que serían largas de explicar, no se considera el
castigo como un método eficaz de eliminar comportamientos desadaptados. Además
la violencia física o verbal que acompaña al castigo puede convertirse en modelo
a imitar por el niño o la niña, desarrollando nuevos comportamientos
desadaptados como la agresividad.
Para
suplir o evitar el castigo, se sugiere aplicar el método de las consecuencias
lógicas El niño o la niña debe saber que todo comportamiento tiene unas
consecuencias lógicas que no son el castigo impuesto por los adultos.
- El padre y la madre deben establecer normas claras de conducta y enseñárselas a los hijos e hijas.
- El tono de voz amistosa es más eficaz. Si el niño o la niña percibe el enojo del adulto, está consiguiendo un posible beneficio: conseguir toda la atención como fruto de su comportamiento. También puede ocurrir que el enojo o la irritación provoque deseo de represalias por parte del niño o la niña.
- No decir por adelantado cuál será la consecuencia, esto se convertiría en una amenaza y anularía el efecto de la consecuencia porque el niño o la niña sabe con antelación lo que ocurrirá. Además el niño o la niña puede decidir enfrentar la consecuencia como "una lucha de poder" y ver si el adulto sigue hasta el final.
- Cuando el niño o la niña experimente la consecuencia de su comportamiento no hay que decirle "te lo advertí", si machacamos sobre el resultado anulamos el valor correctivo y fomentamos la "lucha de poder" del niño o la niña para ganar la batalla final. Cuanto menos se hable durante todo el proceso, mucho mejor.
- La consecuencia debe estar relacionada con el mal comportamiento. El niño o la niña tiene que ver la relación entre lo que hace y el resultado, en otro caso no sería eficaz. Ejemplos: Si Juan rompe un juguete con intención, se le retira sin ofrecerle otro a cambio. Si Daniel no se lava las manos, no puede sentarse a la mesa para comer. Si Luis no recoge las piezas de construcción, no puede sacar otros juegos.
Además
tendremos en cuenta nuestro comportamiento al respecto:
- Evitar la competitividad y la comparación, respetando la individualidad de cada niño o niña conseguiremos que se responsabilice por sus propios actos.
- No lamentarse por el niño o la niña cuando le ocurre algo. En vez de ayudarle a superarlo provocamos lamentación por su parte y no le motivamos para que se sobreponga. Con empatía comprenderemos sus emociones al respecto y le indicaremos el modo de encauzar estas emociones de forma adecuada para superar el problema.
- No dar demasiada importancia a los temores y miedos. Cuando el niño o la niña observa que se le presta atención por ello, puede afianzarse el comportamiento, tampoco es conveniente hacer que se enfrente bruscamente a la situación que provoca el temor. Siempre es más positivo ayudarle a que aumente la seguridad en sí mismo y, progresivamente, intentar que supere el temor.
- No utilizar las charlas moralizantes. El niño o la niña debe tener claro que la consecuencia de su comportamiento no es algo que el adulto le impone, sino la propia situación. Evitar las moralizaciones es evitar los juicios de valor, los rechazos y fomentar la autoestima.
- Empezar por modificar un solo comportamiento tomando el tiempo que sea necesario. Primero se conseguirá una disminución en la frecuencia e intensidad del mismo. Eliminarlo lleva bastante tiempo, sobre todo cuando el comportamiento está muy interiorizado. Cuando se observen cambios positivos, puede trabajarse la disminución y eliminación de otros comportamientos.
- Cuando el adulto abandona los sermones, los retos, las luchas de poder y las expectativas inadecuadas, no sólo mejora el comportamiento del niño o la niña, también mejora la relación. El niño o la niña busca entonces nuevas formas de ser aprobado y reconocido, si le ofrecemos la posibilidad de que esto ocurra cuando utiliza comportamientos positivos, muchos aspectos negativos desaparecen.
- No utilizar castigos físicos, verbales ni emocionales. El niño o la niña aprende que la violencia es la respuesta adecuada para resolver problemas, sobre todo cuando existe frustración, que es en realidad lo que siente el adulto que recurre a estos métodos.
- Hay situaciones que no se prestan para tener consecuencias eficaces o que no son apropiadas, bien porque el resultado es perjudicial o peligroso, o porque la consecuencia no puede ser inmediata y, en caso de aplicarla, se convertiría en un castigo.
Por
último recordar que para comenzar la eliminación de comportamientos desadaptados
conviene elaborar una lista de los mismos, anotando la frecuencia, la intensidad
y lo que sucede antes y después de cada comportamiento. Esto nos ayuda a
reflexionar sobre los beneficios que obtiene el niño o la niña como consecuencia
de dicho comportamiento y lo que puede provocarlo. Si tenemos claros estos datos
estamos en el mejor de los caminos para alcanzar nuestro objetivo.
En
primer lugar de la lista colocamos el más desadaptado de los comportamientos y,
después de una semana de intento de modificarla, volvemos a anotar la frecuencia
e intensidad para controlar si aparecen resultados positivos.
Cuando el comportamiento
ha disminuido considerablemente, pasamos a hacer lo mismo con el segundo
comportamiento anotado en la
lista.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario