Un niño o una niña no puede disfrutar plenamente de la vida si no se
siente en confianza, en seguridad afectiva, si no se le escucha y reconoce en
tanto que individuo.
Cada uno tiene sus necesidades afectivas propias, su personalidad,
su pasado, su ritmo de vida. Las intervenciones del adulto deben dar a cada niño
o niña la sensación de una presencia generadora de confianza y seguridad. Cuanto
más pequeños son los niños o niñas, en mayor grado consideran al padre o madre
como el recurso supremo en caso de una dificultad grave de un conflicto
importante. La intervención inmediata, satisface plenamente. El �espera, ya voy�
sin consecuencias deja al niño o niña desorientado. La promesa no cumplida
perjudica la credibilidad.
Hemos de crear un clima afectivo y de seguridad para el niño, que
solamente podremos conseguir cuando él perciba que es especialmente querido, y
que puede comportarse, dentro de los patrones establecidos, en libertad. Es
necesario que él sienta la seguridad afectiva, junto a una seguridad material y
física, que le permita la acción y la expresión sin miedos.
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