Entre
los siete u ocho meses comienza la etapa
de "crisis de ansiedad". El niño o la niña diferencia a su madre del resto de
personas y empieza a comprender que está separado de ella, que puede
desaparecer. Por eso el vínculo o apego se estrecha aún más, mostrando mayor
dependencia. No tolera separarse de su madre, llora cuando no está en su campo
de visión, la busca constantemente y desearía tenerla siempre junto a él. Este
apego también se manifiesta con el padre aunque la intensidad es menor. La madre
suele ser la figura principal de apego, mientras el resto son secundarias.
El niño
o la niña de esta edad suele elegir un peluche, un almohadón u otro objeto como
"sustituto afectivo" u "objeto compensatorio", tenerlo a su lado consuela la
ansiedad que siente cuando la madre se aleja este le da seguridad.
La etapa
de "crisis de ansiedad" va superándose a medida que el niño o la niña evoluciona
en las diferentes dimensiones madurativas. Las adquisiciones intelectuales,
motóricas, emocionales, lingüísticas y, sobre todo, afectivas, serán la clave
del proceso que irá conformando las bases de su personalidad.
Alrededor de los dieciocho
meses, la maduración general le lleva a desarrollar su identidad. La
mayor independencia en los movimientos y en las acciones sobre el entorno le
ayudan a progresar como entidad individual. Toma conciencia de sí mismo como ser
con voluntad propia, capaz de transmitir sus deseos y necesidades. Este período
se denomina de "oposición o negativismo". El niño o la niña aprende a decir
"no", utilizándolo para expresar su voluntad, con la satisfacción de poder
modificar diferentes situaciones. Se opone a todo cambio o situación que le
resulta poco atractivo
En este
período también manifiesta conductas egocéntricas y rebeldes como son las
rabietas. Estos rasgos de la conducta, aún siendo negativos, son necesarios para
reafirmar la conciencia de sí mismo. Su ausencia puede indicar que el niño o la
niña sigue considerándose como prolongación de la figura materna y no como ser
individual con capacidades propias.
De los
dos a los tres años, sigue manifestando
dependencia de los adultos. Esta va disminuyendo a medida que el niño o la niña
avanza en madurez y autonomía. Aún reclama la atención y ayuda de los adultos de
diversas formas. Esta dependencia física se complementa intensamente con la
emocional, de forma que el niño o la niña busca aprobación e interacción
afectiva en todo momento.
El niño
vive en este período auténticos conflictos, sus comportamientos para reafirmar
la conciencia de sí mismo reciben a menudo la desaprobación de los adultos.
Estos olvidan en muchas ocasiones que el mal comportamiento se debe a que el
niño o la niña busca, a través de la experiencia, la orientación de lo que debe
o no debe hacer, desea más que nada la atención en exclusiva de las personas que
para él son importantes, o simplemente constatar que tiene voluntad propia.
Los
conflictos internos se agravan cuando el niño o la niña encuentra incomprensión,
juicios de valor hacia su persona, represión de sus sentimientos, etc� Los
sentimientos de culpa, la inseguridad, la baja autoestima y la desorientación,
le conducen a intensificar los comportamientos desadecuados que le reportan de
nuevo mayores efectos negativos.
Los
comportamientos expresivos adquiridos en la primera infancia (de 0 a 2 años) comienzan después a reflejar
personalidades individuales con actitudes específicas, preferencias marcadas y
estilos de control propios que van a caracterizar al niño o la niña durante toda
su vida.
Transcurrida la primera infancia, la maduración física, la
capacidad creciente para diferenciar su experiencia y la consecución de logros,
estimulan el progreso en autoconciencia y formación de actitudes frente a sí
mismo.
Toma más
interés y conciencia por su crecimiento físico, por las variaciones exteriores
de su cuerpo y por las diferencias físicas entre los sexos, reconociendo su
propia identidad sexual. Suelen preocuparse por las lesiones que puedan sufrir o
por perder alguna parte del cuerpo, sobre todo los niños. Los psicoanalistas
denominan a este temor de los niños "angustia de castración".
Las
actitudes de los padres y madres ante estos cambios son determinantes. Mostrar
alegría por su crecimiento, por sus logros, responder a su curiosidad sexual con
información que puedan comprender y tomar en serio sus temores, estimulan la
actitud positiva del niño o la niña hacia sí mismo.
La
capacidad del niño o la niña para lograr el control comienza a formarse según
respondan el padre y la madre a los primeros intentos para afirmarse como
persona independiente.
La formación de la personalidad se acelera entre los dos
y los siete años, sobre todo por la gran cantidad de habilidades motrices
y cognitivas que adquiere y que facilitan la autonomía y la independencia. A
medida que hace más cosas por sí mismo, comprende mejor lo que sucede a su
alrededor y aumenta su capacidad para lograr el control. Si los padres estimulan
esta independencia progresiva y el esfuerzo por perfeccionar habilidades,
aumentará su sentido de capacidad personal y el placer de buscar su
autodominio
Como
formula Erikson: "Las investigaciones indican que la motivación de rendimiento
de los adultos está directamente relacionada con el grado de entrenamiento
positivo para ser independientes que reciben de sus padres durante los primeros
seis años".
El padre
y la madre pueden ayudar en el proceso estimulando las características positivas
de sus hijos o hijas (las que poseen, no las que desearían que poseyeran).
Observando los motivos que mueven a los niños a desear una actividad en vez de
otra.
Cada
niño o niña es único, pero fundamentalmente todos poseen más similitudes que
diferencias. Cada uno necesita sentir que es un ser humano competente y digno, y
desarrollar su capacidad intelectual, creativa y emocional al máximo, incluso en
condiciones de grandes carencias.
Las capacidades y aptitudes de cada niño o niña se
desarrollan a su propio ritmo, no existen los "niños promedio". Hay unas etapas aproximadas que sirven de referencia,
pero no deben crearse expectativas que provoquen preocupación en el padre o la
madre cuando una conducta o habilidad retrasa su aparición, casi
seguramente alcanzará en poco tiempo el mismo nivel de otros niños o niñas de su
misma edad.
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