En la
era de la comunicación los cambios de costumbres, normas y relaciones sociales
se suceden con rapidez. En una sociedad de abundancia y consumo (siempre
comparada con épocas anteriores) se observa un deterioro en valores éticos y
morales. En su mayoría, los padres sienten incertidumbre con respecto a la
sociedad del futuro y desorientación en el presente.
Los
padres no pueden educar a sus hijos e hijas del mismo modo que fueron educados
porque la sociedad ya no transmite sus normas de una generación a otra, los
cambios son demasiado rápidos y las normas se van estableciendo a medida que se
suscitan nuevas situaciones.
Ante la
falta de claridad en la forma de educar a los niños y niñas, cada uno de los
progenitores tiende a restablecer la dinámica de su familia original en la nueva
que ha formado, repitiendo muchos de los errores educativos sufridos y que
siempre juró no cometer, o bien haciendo todo lo contrario como forma de
rebelarse. Al margen de los errores mencionados, la situación lleva a la
disparidad de criterios entre los cónyuges, se crean ambientes cargados de
permisividad, sobreprotección, autoritarismos desmesurados, etc.
Si bien
ser padre o madre no implica ser Pedagogo, si implica ser el primer y
fundamental educador de los hijos. Como casi siempre, y más en estas primeras
edades, bastará con poner mucho sentido común, amor y paciencia. Bastará con
seguir unos pequeños consejos, con reflexionar sobre:
- El respeto a la individualidad y a la dignidad del niño o la niña, que no es una propiedad o capricho de los padres. Estos deben asumir su responsabilidad de ayudar y dirigir al niño o la niña hacia su madurez ofreciendo, gradualmente, mayor libertad y autonomía que le ayuden a sentirse útil, responsable de sus actos y asumir las consecuencias que se derivan de ellos
- El amor entre el padre y la madre, y el amor de ambos hacia el niño o la niña facilita el crear un clima de aceptación, respeto, seguridad, confianza y afecto. En este clima no caben los juicios de valor hacia las personas, tampoco las comparaciones, las luchas de poder, no las expectativas desajustadas.
- Vivir implica superar pequeñas frustraciones y dificultades diariamente. Los padres protectores en exceso evitan que el niño o la niña se esfuerce o que se enfrente a problemas, toman la iniciativa por él y le facilitan todo. En estos casos, los niños o niñas se sentirán ineptos, inferiores, inseguros y dependientes de sus padres.
- Los hogares permisivos, donde los niños y niñas hacen lo que les placen les convierte en desordenados, inseguros, incapaces de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir un objetivo, no adquieren una conciencia que dirija su conducta y no tienen capacidad de interiorizar normas morales. Estos hogares suelen ser fruto de los padres egoístas que tienen desinterés por la educación de sus hijos o hijas.
- El entorno familiar, como contexto social, debe establecer una serie de normas, pero esto no justifica los hogares excesivamente normados e inflexibles.
- Ejerce la autoridad con diálogo y tolerancia. No se trata de mandar como ejercicio de poder, de discutir, de imponerse por la fuerza, sino de buscar la razón y la coherencia que ayudan a formar conductas responsables.
- Nunca debe olvidarse que los padres son el modelo a imitar por los niños y niñas, el espejo en el que se miran. Los pequeños hacen lo que ven hacer, no lo que se les dice que hagan.
Siempre
está bien recordar las siguientes palabras de Theodore Isaac Rubin sobre "El
hogar cooperativo o motivador":
"Ningún
hogar es del todo cooperativo y pocos hay que sean totalmente destructivos. Pero
el hogar donde hay cooperación está principalmente vinculado al verdadero
bienestar de todos sus miembros y particularmente de aquellos que aún no son
autosuficientes".
Respecto
a esto, el ambiente del hogar cooperativo que debemos formar, es seguro,
protegido e interesante. Esto significa que las personas pueden ser ellas
mismas, pueden expresar sus sentimientos, intercambiarlos, pueden cometer
errores, explorar y crecer para adquirir una personalidad propia sin miedo a
mofas, ataques o represalias.
El hogar
cooperativo es un lugar lleno de sustento: cuidados físicos, cariño, sustento
emocional a través del intercambio de ideas y sustento creativo a través de la
participación enriquecedora de la familia.
Existe
en este ambiente una gran aceptación mutua, que en gran parte es incondicional.
Hay muy poca o nula preocupación por lograr igualdad en los intercambios o
partes equitativas. Los miembros de este tipo de hogar creen que lo que obtienen
está en relación con sus necesidades. Hay muy poca rivalidad entre hermanos,
favoritismo, suspicacia y paranoia.
En estos
hogares, sus distintos componentes suelen contribuir con sus aptitudes,
destrezas y conocimientos particulares. En los hogares malsanos, el que dicta
las normas acostumbra a ser aquel que grita más, independientemente de su
capacidad. En los hogares cooperativos las personas contribuyen espontáneamente
con sus conocimientos de forma apropiada, con alegría en vez de ser explotados
por los demás. La ayuda se recibe con gozo y nadie se siente rebajado por
ella.
En este
ambiente, rara vez se produce la arrogancia. La humildad combinada con
sentimientos de verdadera identidad, suele ser evidente.
Los
miembros de un hogar cooperativo tienen una sólida identificación familiar, de
la cual obtienen fortaleza. Tienden a sobrepasar los límites de la familia
nuclear en sus sentimientos y también suelen transcender diferencias
generacionales y hacia la prolongación familiar refuerza aún más el sentimiento
de pertenencia a un grupo y proporciona solidez.
Los
miembros de un hogar cooperativo demuestran sentimientos firmes, valores,
prioridades y conciencia social. Son flexibles. Se escuchan unos a otros. No se
dedican a comparar o a competir. Se dan a sí mismos y se quieren sin
condiciones.
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